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El mundo ha cambiado. Y sigue transformándose a una velocidad que desafía nuestras estructuras más esenciales, desde las productivas hasta las educativas. Nos preguntamos si deberíamos permitir que el alumnado utilice herramientas de inteligencia artificial, si no sería mejor prohibirlas como ha hecho China durante los exámenes nacionales. O si el profesorado debería limitarse a alertar sobre los peligros de estas nuevas tecnologías y jugar al gato y al ratón intentando detectar el uso de inteligencia artificial en sus aulas.

Estas preguntas no están mal formuladas, pero sí resultan incompletas. Educar hoy no se puede hacer solo desde el miedo ni desde la ignorancia. Las nuevas generaciones no se están formando para un mundo sin inteligencia artificial, se están formando en medio de una revolución que ya moldea sus futuros. Para acompañarlas de forma real necesitamos algo más que cautela, necesitamos comprensión, pensamiento crítico y una alfabetización tecnológica profunda.

Formar al profesorado para que la IA tenga sentido en el aula

La reciente encuesta del Digital Education Council dirigida a docentes universitarios revela una realidad preocupante. Aunque existe una creciente conciencia sobre la importancia de la inteligencia artificial en el ámbito académico, una gran parte del profesorado se siente inseguro sobre cómo integrarla en sus metodologías. Más allá del miedo o la resistencia al cambio, lo que emerge es una sensación de soledad y falta de acompañamiento. Muchas instituciones aún no ofrecen formación adecuada ni recursos prácticos para que el profesorado pueda incorporar estas herramientas con confianza y sentido pedagógico.

Esa sensación de falta de preparación, revelada por el estudio, no solo pone en evidencia una brecha de habilidades sino también una desconexión entre el potencial pedagógico de la inteligencia artificial y la realidad diaria de quienes enseñan. La mayoría del profesorado reconoce que la IA puede tener beneficios concretos para el aprendizaje, como apoyar la personalización o automatizar tareas administrativas, pero no se siente preparado para utilizarla de forma efectiva. En lugar de temerla, necesitamos crear espacios de formación práctica y de reflexión conjunta que permitan al profesorado experimentar, equivocarse y construir nuevas maneras de enseñar en compañía de estas tecnologías.

La inteligencia artificial no reemplaza, potencia

El Foro Económico Mundial lo expresa con claridad. La alfabetización en inteligencia artificial debe considerarse una competencia central, al mismo nivel que la lectura, la escritura o las matemáticas. No porque vayamos a sustituir a los docentes, sino porque ellos deben convertirse en guías expertos entre el conocimiento y la tecnología.

La inteligencia artificial no elimina la intención educativa, ni la creatividad, ni la transmisión de valores. Lo que hace es cambiar las dinámicas. Permite personalizar el aprendizaje, generar simulaciones complejas, adaptarse a distintos estilos cognitivos y anticipar necesidades. Nos ayuda a convertir el pensamiento crítico en una práctica cotidiana y no solo en un valor abstracto. Podemos enseñar a distinguir fuentes fiables, a analizar sesgos algorítmicos, a cuestionar resultados automáticos. Esto no significa que debamos aplicar la inteligencia artificial en todos los contextos, sino que hace falta una evaluación crítica que nos ayude a entender si realmente aporta valor en cada situación.

Educar desde el presente mirando al futuro

No podemos acompañar a las nuevas generaciones con modelos que solo miran al pasado. Necesitamos entender cómo funciona el mundo con inteligencia artificial y no limitarnos a advertir sobre lo que podría salir mal. Necesitamos docentes que utilicen estas tecnologías con criterio, sin caer en el entusiasmo ciego pero tampoco en el pánico.

Esto no implica tecnificar la educación hasta vaciarla de humanidad. Significa integrar la inteligencia artificial como una herramienta más, dentro de un ecosistema educativo donde sigan siendo fundamentales la empatía, la ética, la capacidad de análisis y la imaginación.

La inteligencia artificial no es una moda, es un nuevo lenguaje del presente y una infraestructura invisible del futuro. Formar en esta área no significa únicamente aprender a programar o automatizar tareas. Significa entender cómo leer el mundo con una mirada crítica, saber discernir, actuar con intención y con sentido.

Los riesgos existen, sin duda. Pero ignorarlos no los hace desaparecer. En cambio, enfrentarlos con conocimiento puede transformar nuestras aulas en espacios no solo más actualizados, sino también más libres.

Porque el verdadero peligro no es que el alumnado use inteligencia artificial. El verdadero peligro es que no encontremos, y apliquemos, nuevas maneras de educar en un entorno en el que la existencia de la inteligencia artificial es un hecho, igual que lo es el cambio constante.

Cris Mont

Cristina Mont Castro

Licenciada en Periodismo y Comunicación Audiovisual y Executive MBA en ESADE. Actualmente es directora de Estrategia e Innovación del Grupo Lavinia.

Licenciada en Periodismo y Comunicación Audiovisual y Executive MBA en ESADE. Actualmente es directora de Estrategia e Innovación del Grupo Lavinia.

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