Bajo un discurso titulado “Winning the AI Race”, el presidente Donald Trump presentó su esperado AI Action Plan, un documento central de 20 páginas que, según sus promotores, pretende consolidar el dominio estadounidense en inteligencia artificial mediante una estrategia estructurada en tres pilares: infraestructura, innovación y proyección global.
El primer pilar —infraestructura— tiene por objetivo agilizar trámites y permisos para la construcción de centros de datos y modernizar la red energética, clave para alimentar sistemas de alto consumo energético. Este enfoque coincide con la reciente aprobación de inversiones por valor de 90 000 M$ en infraestructuras relacionadas con centros de datos y energía en Pensilvania.
El segundo pilar —innovación— propone eliminar barreras regulatorias y revitalizar el desarrollo de “open‑weight models”, modelos de IA cuyos pesos pueden descargarse y ejecutarse localmente. Además, busca limitar la posibilidad de que gobiernos estatales impongan normas restrictivas, una medida que, si bien es simbólica por las limitaciones del poder federal, representa una señal clara de voluntad política.
El tercer componente —proyección internacional— enfatiza la necesidad de exportar tecnología de IA estadounidense para contrarrestar la influencia de modelos como el chino DeepSeek. El plan responde a una narrativa similar a la de la “carrera espacial” de la era soviética.
El anuncio incluye la firma de tres órdenes ejecutivas diseñadas para:
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Penalizar sesgos “woke” en los modelos de IA.
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Facilitar la construcción de centros de datos.
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Fomentar la exportación de tecnologías a través de financiación pública.
Detrás del plan hay una clara influencia del entorno tecnológico californiano. David Sacks, asesor especial en IA y criptomonedas, junto a prominentes figuras de Silicon Valley, ha sido clave en la redacción del documento. Este giro demuestra un viraje hacia políticas pro‑industria, en contraste con el enfoque precautorio del Gobierno Biden, el cual mantenía guardrails regulatorios vigentes hasta enero de 2025.
El ambicioso plan ha generado reacciones encontradas. Más de ochenta organizaciones —sindicales, ambientales y de derechos civiles— han lanzado un contraproyecto denominado “People’s AI Action Plan”, que critica el enfoque “massivo regalo a Big Tech” y reclama que la IA se desarrolle pensando en el bienestar público, la equidad laboral y la sostenibilidad.
Pese a estas críticas, hay consenso en que la propuesta marca un cambio radical. Según Reuters, el plan aboga por limitar apoyos federales en estados con regulaciones estrictas, promover el código abierto, y poner fin a los controles a la exportación de chips —como los impuestos por Biden vis‑à‑vis a China—, para acelerar el liderazgo norteamericano.
La comunidad tecnológica lo aplaude: OpenAI, Google y Meta participaron activamente en la fase de comentarios públicos (más de 10 000 aportaciones), al tiempo que economistas del sector señalan que el plan representa un respaldo sin precedentes a la visión de Silicon Valley. No obstante, persisten dudas sobre las implicaciones medioambientales de datos y consumo energético, aspectos que no reciben respuestas claras en el documento.
En resumen, el AI Action Plan de Trump representa una hoja de ruta agresiva para posicionar a EE. UU. como líder global en IA. Con énfasis en infraestructura, innovación ágil y expansión internacional, la propuesta se percibe como una victoria para la industria tecnológica, aunque pierde fuerza al enfrentar oposición de amplios sectores preocupados por los derechos civiles, la protección del clima y la equidad social. El choque entre ambas visiones promete incrementar el debate sobre el futuro de la inteligencia artificial como fuerza de poder, tecnología y control social.
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