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En los informes, la IA aparece como un plan a medio hacer. En los escritorios, como una rutina que nadie admite. Más del 90 % de los trabajadores ya usa herramientas de inteligencia artificial sin permiso, según el MIT. Y lo hace en silencio, a escondidas, como quien saca una chuleta en un examen que ya sabe perdido.

La brecha que no se ve en las presentaciones

El estudio State of AI in Business 2025 no habla de promesas. Habla de una realidad doble. Por un lado, las empresas dicen estar “explorando” la inteligencia artificial. Por otro, los trabajadores ya la usan. Solo el 40 % de las compañías paga por estas herramientas. Pero más del 90 % de sus empleados las utilizan igual.

Nadie lo reporta. No hay formación. No hay permiso. Pero ahí está. ChatGPT para corregir informes, Claude para redactar correos. Y el Excel, en silencio, sigue recibiendo lo mismo de siempre.

No es innovación, es supervivencia

La mayoría no lo hace para lucirse. Lo hace para llegar. Para cumplir plazos, entender datos o resolver tareas repetitivas. Según Microsoft y LinkedIn, tres de cada cuatro trabajadores del conocimiento ya usan IA. Y lo hacen para ahorrar tiempo o evitar errores.

La paradoja es que mientras los líderes intentan crear políticas, el trabajo ya se ha transformado sin ellas.

Un secreto mal guardado

KPMG y la Universidad de Melbourne preguntaron a 48 340 empleados en 47 países. El 57% dijo que oculta que usa IA. No lo cuenta ni al equipo. El 66% no comprueba si las respuestas son correctas. Y la mitad admite haber metido la pata por confiar demasiado en los resultados.

La mayoría tampoco ha recibido formación. Pero sí ha subido documentos privados a plataformas públicas. El riesgo, como los datos, también va en la mochila.

Los líderes no están invitados

Mientras tanto, el 95 % de los proyectos oficiales de IA no pasa de la fase piloto. La distancia entre quienes deciden y quienes trabajan no se mide en jerarquía, sino en uso. El fenómeno tiene nombre: GenAI divide. La IA como herramienta de los que no mandan.

En países como India o Nigeria, el uso es más abierto. En Europa o Estados Unidos, más escondido. No por falta de acceso, sino por miedo a las consecuencias.

El hueco está en la pregunta

Un informe reciente de TechRadar lo dice sin rodeos. Las empresas adoptan IA porque “hay que hacerlo”. Pero pocas saben para qué. O qué esperan que resuelva. En ese vacío, se cuelan las herramientas personales, los usos no autorizados y una cadena de decisiones sin dueño.

El problema no es que la IA se use sin permiso. Es que, con permiso, tampoco se sabría qué hacer con ella.

El final no tan invisible

La IA ya forma parte del trabajo diario. No de forma oficial, sino como esos atajos que uno aprende solo. Lo que falta no es innovación, sino conversación. Porque cuando el cambio no se nombra, no desaparece. Solo se esconde.

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