Hay cifras que se sienten. Como un vértigo. OpenAI está a punto de cerrar una ronda que la colocaría por encima de cualquier otra startup en la historia. Medio billón de dólares. Una cifra que dice muchas cosas y, al mismo tiempo, no dice nada. ¿Qué hay detrás del número?
Una valoración que pisa el acelerador
Primero fueron 300.000 millones, en una ronda liderada por SoftBank. Luego llegó la venta secundaria, acciones internas valoradas en 500.000 millones. Ambas están en negociación. Si se cierran, OpenAI adelanta a SpaceX y ByteDance. No por producto. Por promesa. La promesa de que la IA no solo cambia industrias, sino economías enteras.
La lógica es sencilla, el futuro no tanto
Un inversor anónimo, citado por WIRED, lo resume así: si consiguen 2.000 millones de usuarios que paguen 5 dólares al mes, eso da 120.000 millones al año. Con eso, dice, la empresa podría valer un billón y medio. Sobre el papel, la cuenta cierra. En el mundo real, faltan matices, usuarios, retención, regulación, competencia.
La maquinaria no se paga sola
OpenAI ya factura mil millones al mes. Ha duplicado previsiones para este año y apunta a cerrar con más de 20.000 millones. Tiene cinco millones de usuarios empresariales. Pero crecer así tiene un precio. Este año gastará unos 8.000 millones solo en infraestructura. No es solo entrenar modelos. Es mantenerlos, servirlos, afinarlos. Y todo eso requiere centros de datos. Muchos. Caros. Enormes. Sam Altman lo dijo sin rodeos, harán falta “trillones” para sostener la próxima fase.
Esto ya lo hemos vivido, con otro nombre
En 1995, Netscape salió a bolsa. Lo demás es historia: fiebre, burbuja, caída. Hoy no es web, es IA. Pero la curva se parece. La diferencia está en el contexto. OpenAI tiene detrás a Microsoft. Tiene ingresos. Tiene escala. Pero también tiene algo más intangible, una expectativa que crece más rápido que cualquier modelo.
Y ahora, ¿qué?
OpenAI puede romper todos los récords. O puede toparse con todos los límites. No es solo una empresa. Es el termómetro de una industria que corre sin mirar demasiado el suelo. La historia sigue escribiéndose. Y mientras tanto, alguien pone ceros sobre una mesa. Muchos.
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