Desde que apareció, ChatGPT ha funcionado como un espejo obediente que solo respondía cuando alguien le hablaba. Ahora, con Pulse, OpenAI cambia el guion. El sistema ya no espera la orden, sino que cada mañana despliega un resumen personalizado en forma de tarjetas. Un gesto mínimo que, sin embargo, marca un cambio mayor en la manera de relacionarnos con la inteligencia artificial.
Una investigación nocturna en segundo plano
Pulse trabaja de noche, como un motor discreto que revisa tus conversaciones pasadas, tus memorias guardadas y la retroalimentación acumulada. Con esos ingredientes prepara un menú matinal en forma de tarjetas: rápidas de hojear, fáciles de abrir si se quiere más detalle. Como si alguien hubiera tomado notas en tu nombre mientras dormías.
El sistema puede, además, conectarse con aplicaciones externas —correo, calendario— para añadir citas o mensajes que no conviene olvidar. Nada de eso es automático, el acceso solo ocurre si el usuario lo aprueba. Sin esa llave, Pulse se limita a lo que ChatGPT ya sabe de ti.
Empezar el día con ventaja
La promesa es un asistente que actúe antes de que preguntes. Pulse ofrece noticias locales, recordatorios, resúmenes de mercado o incluso pistas para proyectos que dejaste en pausa. Todo ajustado por un sistema de aprendizaje que incorpora tus valoraciones y preferencias. Cuanto más lo uses, más afinado será el pulso.
De momento, se trata de una fase preview, limitada a suscriptores Pro en móviles iOS y Android. No hay acceso web ni versión de escritorio. OpenAI planea abrirlo a otros planes más adelante, como si fuera un ensayo general antes del estreno masivo.
La materia prima: memoria y datos compartidos
Pulse se alimenta de tres fuentes: el historial de chats, las preferencias explícitas y, si se autoriza, la integración con apps externas. La memoria puede borrarse en cualquier momento; las conexiones, desactivarse cuando se desee. La idea es que sea el usuario quien trace las fronteras de su intimidad digital.
OpenAI asegura que los contenidos pasan por filtros de seguridad y que el sistema no interrumpe con notificaciones constantes. La lógica es acompañar de forma anticipada, no saturar. Como una agenda silenciosa que se abre justo cuando la miras.
Privacidad y control: la cuerda floja
El dilema está en el equilibrio entre utilidad y cesión de control. Cuanto más acceso otorgue el usuario, más afinadas serán las sugerencias. Pero esa apertura despierta preguntas sobre privacidad y dependencia: ¿cuánto debe saber una IA de tu rutina para ser verdaderamente útil?
Los primeros análisis subrayan otra tensión, el riesgo de ruido. Si las recomendaciones no son precisas, Pulse puede pasar de aliado a estorbo. El margen de error en esta etapa será clave para decidir si se convierte en hábito o en un experimento pasajero. Una línea fina que separa la comodidad del exceso.
En la carrera de los asistentes que se adelantan
Pulse no aparece en soledad. Google y Microsoft ya prueban sistemas capaces de anticipar necesidades, mientras OpenAI había estrenado Tasks para recordatorios automáticos. La diferencia es que ahora el salto llega en un formato cotidiano, pensado para la rutina diaria y no para un uso corporativo o experimental.
En esa competencia, Pulse se perfila como un prototipo de asistente contextual, no que no solo responde, sino que recuerda, conecta y propone incluso antes de que la pregunta exista. Una pieza más en la transición de la IA de herramienta a compañero digital.
El despertar que dibuja Pulse
La escena es abrir el móvil por la mañana y encontrar un resumen que alguien —o algo— preparó mientras dormías. La IA deja de ser espejo para convertirse en despertador. Ya no esperas a preguntar, sino que te enfrentas a lo que otro ha imaginado que necesitas saber. Una frontera nueva, entre la ayuda y la intrusión, que cada usuario tendrá que aprender a marcar.
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