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Elena Neira, profesora de los estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC y experta en medios digitales leva años analizando cómo las plataformas transforman la manera en la que consumimos contenidos. En su charla en el marco del mecal 360º, invitó a mirar de cerca los engranajes invisibles que deciden qué series, películas o canciones llegan hasta nosotros. Y en la conversación posterior que pudimos tener con ella insistió en una idea clave: los algoritmos no son neutrales, moldean nuestra atención y hasta nuestra memoria.

La maquinaria oculta de la selección

Neira define los algoritmos como «males necesarios». En un mundo saturado de información, son las piezas que ordenan el caos y lo convierten en algo navegable. Netflix, Spotify o YouTube no podrían funcionar sin esa capa invisible de curación automática. Pero esa misma maquinaria, que se alimenta de lo que más nos gusta, excluye inevitablemente aquello que no encaja en nuestros patrones de consumo. Y ahí aparece la paradoja: lo que nos facilita el acceso nos puede encerrar en una burbuja de lo familiar.

El poder de una miniatura

Uno de los elementos que se modifican según los gustos y que más puede sorprender es la estética de las portadas y las imágenes que acompañan los títulos (en el caso de Netflix). Cada usuario recibe una versión distinta, adaptada a sus intereses, con el objetivo de maximizar la probabilidad de un clic. Esta personalización, que en principio parece un recurso de marketing, roza a veces los límites de la manipulación. La plataforma no solo nos sugiere qué ver, también define cómo se nos presenta una obra, hasta el punto de distorsionar la visión original del creador.

Atención dirigida y memoria moldeada

Más allá de la superficie, las consecuencias tocan la esfera individual y social. Neira señala que nos estamos acostumbrando a delegar las decisiones en filtros externos. La atención se convierte en un recurso dirigido y la memoria, según apuntan algunos estudios, se resiente al estar mediada por sistemas que nos dicen constantemente qué consumir. Pero el impacto más profundo recae sobre el gusto: «Si siempre vemos más de lo mismo, ¿cómo puede evolucionar nuestra sensibilidad?», plantea. Aquí Neira recuerda la alegoría de la caverna de Platón, igual que los prisioneros solo podían ver las sombras proyectadas en la pared, los usuarios corren el riesgo de quedarse con una versión limitada de la realidad, mediada por filtros invisibles.

Entre la comodidad y la complacencia

La investigadora reconoce que escapar del algoritmo es imposible. El ecosistema digital está construido sobre esa lógica. Sin embargo, advierte del riesgo de la complacencia y la pereza. Su consejo es tener una actitud más proactiva, que implique esfuerzo, curiosidad y una búsqueda consciente fuera de las rutas más transitadas. Una especie de “desintoxicación digital” que permita reencontrar la sorpresa.

Ética y regulación en movimiento

El debate no se limita a lo individual. También hay preguntas sobre la responsabilidad de las compañías y el papel de la legislación. Neira señala que la mayoría de plataformas no actúan tanto en el diseño de los algoritmos, sino en la producción de historias más diversas. La regulación, en cambio, avanza con dificultad. «La inteligencia artificial evoluciona tan rápido que eh frecuencia tenemos la sensación de que estamos legislando algo que ya no existe«, explica. Y aunque empiezan a aparecer iniciativas éticas, la sensación es de permanente desfase.

Salir de la zona de confort

La respuesta, para Neira, pasa por combinar reflexión individual y responsabilidad colectiva. Ella utiliza el truco de abrir perfiles nuevos para comprobar qué ofrecen las plataformas a otros usuarios, explorar fuera de las recomendaciones automáticas y no dejar toda la iniciativa a los sistemas de filtrado. Porque, al final, el gusto y la cultura se forman también en el roce con lo inesperado, en ese pequeño esfuerzo que rompe la rutina digital.

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