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Volver a los orígenes para refugiarse del exceso de estrés tecnológico en el que estamos sumidos.

Igual lo de los vinilos no era una moda, sino un primer mensaje de lo que llegaría después. Y ese “después” es ahora: un presente en el que los auriculares más vendidos de Apple tienen cable; donde las cámaras de fotos analógicas están en auge; un mundo en el que los adolescentes no quieren perder su pensamiento crítico por usar demasiado la IA. (¿Y dónde están esos que decían que los ebooks se cargarían al libro de papel?)

De lo que me doy cuenta, es que queremos volver —aunque sea sólo por un rato— al mundo que desconocemos, muchas y muchos de nosotros, de un pasado en el que no había tanta tecnología.

Voces expertas hablan de que las modas son cíclicas. Y es cierto. Sin embargo creo que aquí tenemos algo completamente diferente, y que para comprenderlo bien, tenemos que realizar una mezcla de conceptos.

Para nada pienso que nos queramos desconectar por completo de internet y retomar las guías de teléfono en papel o volver a tener televisores de tubo. Pero sí que noto un sentimiento de “tecnoestrés”, y la IA ha sido la guinda del pastel.

Notificaciones, mensajes, alertas, pop-ups, anuncios intrusivos, el teléfono es nuestra herramienta inseparable. Y aunque soy de los que cree que tiene muchísimas ventajas —observando sus contrapuntos sin caer en el colapsismo—, también he de decir que todo ha de ir con una mesura.

La inteligencia artificial nos ha permitido explorar un montón de nuevos caminos que hasta ahora nos parecían imposibles: desde salvar vidas o monitorizar el cambio climático a escalas nunca vistas, hasta los riesgos de suplantación de identidad o los sesgos. Teníamos una receta muy buena: el ser humano. Pero ahora le hemos puesto potenciador del sabor: la IA. Y tanto para bien, como para mal, hemos visto de lo que somos capaces si tenemos algo que nos amplía las capacidades.

Pero luego de fotos y vídeos en 8K, algoritmos que hacen todo inmediato, todo en soporte digital, todo inalámbrico y que hasta una tostadora tiene software, el contrapunto es este:

Echaba de menos no tener que cargar la batería a los auriculares. Echaba de menos tener una foto impresa firmada por mis amigos y ponerla en un álbum. Echaba de menos el ritual de abrir un vinilo y ponerlo en el tocadiscos. Echaba de menos leer papel y no en un iPad. Echaba de menos tomar notas de mi día a día en libreta y pluma en vez de hacerlo con el iPhone.

Podría quedarme aquí diciendo que esto es sólo un pensamiento mío. Pero lo cierto es que es algo que noto de cada vez más en más gente: desde mi círculo de amistades hasta en el entorno profesional. Y tras la charla que tuve hace dos semanas con David Alonso —director del departamento de tecnología de la UDIT en Madrid—, esta fue una de las conclusiones a las que llegamos.

La IA no sólo ha hecho que nos emocionemos —o aterroricemos, según se mire— hacia un futuro en el que la palabra “imposible” parece cada vez más desdibujada. También ha sido el colofón a este “Efecto Vinilo”, en el que un exceso de estrés nos quiere hacer volver a la época de la tecnología en el que teníamos una cantidad inferior a la actual, pero que esta no nos rodeaba las 24 horas del día.

Y escribe estas líneas una persona que enciende las luces de su casa con el Google Home y los enchufes con el iPhone. Pero ya he vuelto a las cámaras analógicas y a los auriculares con cable. ¿Encontraremos el balance? Apuesto a que sí. Pero Roma no se construyó en un día.

Antoni Mateu Arrom

Soy periodista especializado en ciencia y tecnología. La IA y el cambio climático son dos de mis grandes especialidades. Aunque también la tecnología de consumo y sus aplicaciones en el día a día, también son mi debilidad. Creo en esta profesión como una manera de divulgar conocimiento.

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