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En Brownsville, Texas, una escuela privada prometía reinventar la educación. Su fórmula era sencilla, dos horas al día de aprendizaje académico con inteligencia artificial, sin profesores tradicionales, seguidas de talleres prácticos. A los padres les sonó a futuro. A algunos alumnos, con el tiempo, les supo a pesadilla.

La clase dura dos horas. El resto lo hace la IA

Alpha School basa su modelo en el programa «2 Hour Learning», dos horas diarias frente a plataformas adaptativas que enseñan matemáticas, lectura y ciencias. No hay clases magistrales. Los adultos presentes son «guías», responsables de motivar y supervisar, pero no de enseñar.

Por las tardes, los estudiantes participan en actividades de emprendimiento, proyectos STEAM o dinámicas de habilidades sociales. La escuela lo presenta como una revolución del aprendizaje personalizado, donde cada alumno avanza a su ritmo con ayuda del software.

El software utilizado incluye herramientas como i-Ready, Khan Academy, Lexia y otras plataformas adaptativas ampliamente usadas en entornos escolares de EE. UU. Su integración en Alpha es más intensa y exclusiva. Son el único canal de instrucción académica.

Aprender el doble, en la mitad de tiempo

La promesa de Alpha es ambiciosa. Aseguran que sus estudiantes aprenden el doble en solo dos horas al día. Alegan que sus resultados académicos están entre el 1 % más alto del país y que el modelo es escalable a comunidades con menos recursos. Sin embargo, no hay datos públicos que permitan verificar esa afirmación. No se conocen estudios independientes que hayan evaluado el impacto académico de este enfoque. Tampoco queda claro cómo se mide ese “1 % superior” ni en qué pruebas se basa la comparación. Además, el modelo no está sujeto a pruebas estandarizadas estatales obligatorias, ya que la escuela es privada.

La clave, según Alpha, es la personalización. El algoritmo detecta fortalezas y debilidades de cada alumno y ajusta el contenido de forma continua. El rol humano, en este sistema, se limita a la gestión emocional y logística, sin intervención directa en el proceso de enseñanza.

Todo queda registrado

Para funcionar, este sistema necesita datos. Muchos datos. Las plataformas registran cada respuesta, el tiempo invertido, los errores, los patrones de uso del ratón y el teclado. Algunos dispositivos incluso incluyen tecnología de seguimiento ocular. En el reglamento escolar se indica que no hay expectativa de privacidad. Al inscribir a sus hijos, los padres aceptan que todo lo que hagan en el campus puede ser monitoreado. Las métricas se usan para evaluar avances y ajustar el ritmo, pero también para presionar en caso de bajo rendimiento.

Un portavoz de Alpha citado en el reportaje de WIRED asegura que los datos se manejan de forma ética y segura, y que los beneficios del modelo superan ampliamente los riesgos. La escuela considera que su enfoque “prepara mejor a los estudiantes para el mundo real”. No se especifica si existe supervisión externa o auditorías sobre el uso de esos datos.

Detrás del algoritmo, el agotamiento

Varios testimonios recabados por WIRED revelan una cara menos brillante. Una niña de 9 años relató sentirse tan presionada por no alcanzar las métricas que prefería “morir a seguir”. Algunas familias denunciaron que sus hijos pasaban horas extras en casa intentando compensar lo que no lograban durante el día. Los “guías” no daban clases ni intervenían en el contenido. Eso, en algunos casos, se tradujo en lagunas como niños que no sabían escribir a mano, dificultades en comprensión lectora o habilidades básicas que quedaban atrás. La dependencia del software dejó poco margen para adaptar o explicar fuera del guion de la plataforma. Ex empleados describieron una cultura de trabajo centrada en objetivos medibles, con baja tolerancia al retraso o la personalización del proceso. Aunque algunos alumnos prosperaban en este entorno, otros lo vivían como una carrera constante contra los números.

Un modelo que se expande entre dudas y rechazos

Alpha forma parte de una corriente de microescuelas que apuestan por reducir la enseñanza directa y aumentar el protagonismo de la tecnología. Su modelo se ha replicado en otros estados, aunque no sin resistencia. En Pensilvania, por ejemplo, se rechazó su licencia por no cumplir con los estándares educativos locales.

En paralelo, han surgido iniciativas similares en otros lugares, como Prenda (Arizona), Acton Academy o Sora Schools (online), que también usan plataformas adaptativas. Algunos expertos valoran su flexibilidad, pero advierten que pueden profundizar desigualdades si no se adaptan al contexto social de cada comunidad. Expertos en pedagogía advierten que la enseñanza no es solo contenido. También es contexto, vínculo, improvisación. Elementos difíciles de automatizar. La investigación educativa subraya la importancia del aprendizaje social y del entorno emocional en el desarrollo infantil, factores menos presentes en modelos centrados en pantallas.

Una pregunta que queda en el aula

La historia de Alpha School no es solo la de una escuela. Es un experimento educativo con niños reales, emociones reales y consecuencias que no siempre caben en una métrica. Quizás la tecnología pueda optimizar contenidos, pero aún no hay código que reemplace el calor de una mirada o la intuición de quien enseña.

¿Puede una plataforma digital replicar lo que ocurre en una clase cuando un alumno levanta la mano, duda o conecta con una idea? Esa es la pregunta que queda flotando en las aulas de Brownsville y más allá.

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