La Comisión Europea y Apple estarían cerca de cerrar un pacto sobre el cumplimiento de la Ley de Mercados Digitales. Lo que parece un gesto de cooperación es, en realidad, un delicado equilibrio entre control, apertura y poder regulatorio.
El origen del pulso
Desde que la Ley de Mercados Digitales (DMA) entró en vigor, Apple ha sido uno de sus principales objetivos. Bruselas la considera un «guardián» de acceso (gatekeeper), una empresa que controla un ecosistema cerrado, como iOS o la App Store, y que puede condicionar el acceso de desarrolladores y usuarios. La ley exige que esos guardianes permitan nuevas opciones cómo informar a los usuarios de ofertas fuera de sus tiendas, aceptar sistemas de pago alternativos y garantizar la interoperabilidad con servicios de terceros.
En marzo de 2025, la Comisión Europea determinó que Apple incumplía la norma al restringir que los desarrolladores comunicaran precios o promociones fuera de la App Store. La multa ascendó a 500 millones de euros, y el expediente sigue abierto. Apple, como era previsible, apeló la decisión ante el Tribunal de la Unión Europea alegando una interpretación «errónea y desproporcionada» de la ley.
Un posible pacto para evitar el desgaste
Fuentes cercanas a la negociación, citadas por Financial Times, apuntan a que Apple y la Comisión estarían cerca de un acuerdo. Bruselas busca que la compañía se comprometa a aplicar de forma verificable las obligaciones de la DMA; Apple, por su parte, quiere evitar nuevas sanciones que podrían alcanzar el 10% de su facturación global. El pacto permitiría a ambas partes ganar tiempo. A Europa, demostrar que el marco legal funciona sin tener que recurrir a una escalada judicial; a Apple, adaptarse de forma gradual sin romper del todo su modelo cerrado. En el fondo, se trata de un equilibrio entre flexibilidad técnica y autoridad regulatoria.
Las funciones que Europa no verá (por ahora)
Apple ha usado el DMA como argumento para justificar retrasos en varias funciones anunciadas para 2025, entre ellas la traducción en tiempo real a través de los AirPods o la duplicación de pantalla desde el iPhone al Mac. Según la empresa, las exigencias de interoperabilidad podrían poner en riesgo la privacidad de los usuarios o facilitar vulnerabilidades. Bruselas, sin embargo, interpreta esas reticencias como una estrategia dilatoria. La tensión técnica es real. Permitir que un desarrollador redirija a sus clientes a una web externa implica modificar el corazón de iOS: su sistema de permisos, pagos y control de contenido. Cada cambio tiene un coste en seguridad, pero también un impacto en el poder de la plataforma.
Lo que está en juego
El desacuerdo entre Apple y la Unión Europea no se limita a una multa o a un artículo legal. Define cómo se entenderá la competencia digital en el continente durante la próxima década. Los desarrolladores reclaman un terreno más igualitario; las grandes tecnológicas, margen para mantener su modelo de negocio sin una apertura total que comprometa su seguridad. El acuerdo en curso podría incluir un sistema de auditorías independientes y plazos progresivos de implementación. Pero también podría abrir la puerta a una nueva forma de cumplimiento negociado, donde las reglas se ajustan tanto como se aplican.
Europa como laboratorio global
El pulso con Apple no es un caso aislado. Meta, Amazon o Alphabet también están bajo revisión por la Comisión Europea. Bruselas busca construir un modelo que marque referencia mundial, un «marco de responsabilidad» frente al poder de las plataformas. Lo que ocurra con Apple será la primera gran prueba: si la empresa logra un pacto flexible, otros gigantes tecnológicos podrían seguir el mismo camino.
Una apertura con condiciones
En el fondo, la negociación entre Apple y Europa resume el dilema de la era digital que es hasta dónde puede abrirse un ecosistema sin perder su esencia. Un acuerdo podría aliviar tensiones y estabilizar el mercado, pero también marcar el inicio de una nueva etapa de regulación por consenso, donde la frontera entre cumplimiento y adaptación se vuelve difusa.
Europa quiere reglas claras; Apple, conservar su control. Lo que surja de este pacto definirá si la DMA se consolida como un instrumento firme o como una norma maleable al pulso de Silicon Valley.
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