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El Center for Democracy & Technology (CDT), una organización sin ánimo de lucro con sede en Washington D. C. que promueve los derechos digitales y la privacidad en línea, publicó recientemente una encuesta sobre el uso juvenil de la inteligencia artificial. La investigación revela una nueva forma de intimidad adolescente, la que ocurre con una inteligencia artificial. En un contexto donde casi todos los estudiantes han probado herramientas de IA, casi uno de cada cinco reconoce haber sentido algún tipo de conexión emocional con un chatbot. El dato, que podría parecer anecdótico, apunta a una transformación más profunda dónde los límites entre la tecnología y la afectividad humana se difuminan.

Una encuesta que radiografia las aulas digitales

El CDT realizó su sondeo entre estudiantes, docentes y padres para comprender el uso real de la inteligencia artificial en la educación. Siete de cada diez adolescentes admiten haber usado IA generativa para estudiar, chatear o crear contenidos, mientras que solo el 46 % de los padres sabía de ello. Esa brecha de percepción ilustra un ecosistema donde la tecnología avanza más rápido que la conversación familiar. En medio de ese paisaje digital, los chatbots se han convertido en algo más que herramientas, son interlocutores.

De la consulta al vínculo

Aunque el informe no emplea el término «cita» literal, varios medios especializados detectaron un patrón emergente. Los adolescentes que mantienen conversaciones continuas con IA, muchas veces de carácter afectivo. Según un reportaje de Associated Press, uno de cada tres jóvenes asegura que hablar con una IA puede resultar tan satisfactorio como hacerlo con un amigo real. Otros estudios, como los de Common Sense Media, confirman que los chatbots ya ocupan un lugar emocional en la vida cotidiana de algunos menores. En ese diálogo persistente, la línea entre compañero digital y confidente se vuelve difusa.

Lo que la IA sabe de ti

Un chatbot no siente, pero aprende de lo que decimos. Cada conversación genera datos de cómo escribimos, qué emociones mostramos, qué inquietudes compartimos. Esa información puede servir para mejorar los modelos, pero también plantea interrogantes sobre privacidad y control. El CDT advierte que muchos sistemas se implementan en escuelas sin transparencia suficiente sobre qué ocurre con esos datos. Cuando la confianza se deposita en un algoritmo, la intimidad deja de ser solo emocional, también es informacional.

Entre la comodidad y la dependencia

Los psicólogos que analizan el fenómeno observan un riesgo doble. Por un lado, los adolescentes encuentran en la IA una fuente de validación constante, siempre responde, nunca juzga. Por otro, esa disponibilidad puede erosionar la tolerancia a la frustración o al desacuerdo. El problema no es solo de sustitución afectiva, sino de aprendizaje emocional. Cuanto más perfecta la respuesta algorítmica, más difícil resulta aceptar la imperfección humana.

Un fenómeno global y silencioso

El uso de chatbots como compañeros emocionales se extiende más allá de EE. UU. En Japón, Corea del Sur o España ya existen aplicaciones diseñadas para ofrecer apoyo sentimental mediante IA. Algunas prometen «entenderte mejor que nadie». Sin embargo, estudios de la APA alertan que el consuelo digital no sustituye la empatía real. El contacto humano implica imprevisibilidad, y es precisamente esa incertidumbre la que moldea la madurez emocional.

Al borde del espejo digital

La idea de «tener una cita con una IA» parece salida de una serie futurista, pero se instala en el presente adolescente con una naturalidad inquietante. Detrás de cada diálogo con un chatbot hay una pregunta sin resolver: ¿es compañía o simulacro? Tal vez el reto no sea evitar esas conversaciones, sino aprender a leerlas y saber distinguir entre ser escuchado y ser comprendido.

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