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Un hito tecnológico marca un antes y un después en la historia de la cirugía: un robot entrenado con inteligencia artificial, desarrollado por la Universidad Johns Hopkins, ha realizado de forma autónoma la fase más compleja de una colecistectomía (extirpación de la vesícula biliar) en tejido porcíneo, obteniendo un éxito del 100 % en ocho procedimientos consecutivos.

Esta proeza se basa en el robot SRT‑H (“Surgical Robot Transformer‑Hierarchy”), un sistema jerárquico que combina dos niveles de IA: uno convierte secuencias quirúrgicas en lenguaje natural, y otro traduce esas instrucciones a movimientos de herramientas en tres dimensiones. El robot fue entrenado con unas 17 horas de grabaciones, equivalentes a 16 000 movimientos, y demostró “corregir errores al vuelo” sin intervención humana directa durante la operación, salvo para cambiar instrumental.

A diferencia de sistemas anteriores (como el STAR de 2022) que requerían entornos muy controlados y marcas visibles en los tejidos, el SRT‑H funcionó en condiciones más realistas: identificó conductos y arterias, aplicó clips, cortó con bisturí y se ajustó ante variaciones anatómicas o cambios de color provocados, por ejemplo, con tintes que alteran la apariencia del tejido.

El robot completó la fase quirúrgica, que consta de 17 pasos, algo que tardaría varios minutos en humanos. Aun siendo algo más lento, exhibió mayor precisión y trayectorias optimizadas. Según Axel Krieger, investigador principal, “este avance nos acerca significativamente a sistemas quirúrgicos autónomos clínicamente viables”.

Expertos consultados coinciden en el impacto del avance. Desde el Imperial College London, Ferdinando Rodriguez y Baena califican el resultado como “aventador de un futuro brillante, mientras que instituciones como NHS e Royal College of Surgeons inglés valoran el hito como un paso clave hacia la cirugía asistida por robots con supervisión humana secundaria.

Sin embargo, queda un trecho importante para llegar a humanos: la fase inmediata siguiente será su prueba en animales vivos, donde habrá que enfrentarse a dinámicas como sangrado, respiración y reacciones biológicas en tiempo real. Solo entonces podría evaluarse su seguridad y eficacia en entornos clínicos reales.

Las implicaciones son enormes: optimización de recursos en quirófano, reducción de errores humanos, estandarización de procedimientos y acceso a zonas con escasez de especialistas. No obstante, persisten preguntas éticas, legales y de responsabilidad. ¿Quién respondería si el robot falla? ¿Cómo se adaptará la formación médica? El debate apenas comienza.

En resumen, el éxito del SRT‑H supone un avance disruptivo: por primera vez, un robot ha ejecutado con autonomía una intervención quirúrgica compleja sobre tejido real, y lo ha hecho de manera impecable. No está listo para operar en humanos aún, pero el futuro de la cirugía parece haber dado un gran paso hacia la autonomía.

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