El «gran apagón» demostró que es más crítica la falta de comunicación que la de electricidad.
La tarde del lunes pasado, 28 de abril, cuando España y Portugal quedaron totalmente a oscuras, la sorpresa no fue la falta de luz, fue el silencio. Las redes móviles colapsaron y durante horas no hubo forma de comunicarse. Padres sin poder comunicar con las escuelas de sus hijos, viajeros de aviones sin poder avisar que no podían volar, trenes parados en medio de la nada, hospitales sin acceso a historiales médicos o gente mayor sin poder utilizar la tele-asistencia. Hubo quién no pudo entrar en su casa o comunicarse con los que estaban dentro porque el portero era electrónico.
La electricidad comenzó a volver paulatinamente y se recuperó parcialmente en unas cuatro horas, alcanzando una restauración casi total al cabo de once horas. Pero los teléfonos no. Tardaron casi un día en recuperar su cobertura. La crisis energética dejó al descubierto una verdad incómoda: somos muy vulnerables y sin comunicaciones, el apagón es total.
Hace unos meses, la Unión Europea fue ridiculizada por sugerir un kit de supervivencia que incluyera linternas, agua embotellada y una radio de emergencia. Lo que muchos tacharon de exageración, hoy suena premonitorio. Y si algo faltaba en ese kit era una conexión alternativa. Una red que no dependa del tendido eléctrico ni de las torres de telecomunicaciones. Y ahí es donde entra Starlink, como una posible solución tecnológica que ya ha demostrado su eficacia en contextos de emergencia.
De Ucrania a Bruselas
Durante la invasión rusa, Ucrania mantuvo operativos hospitales, bases y centros logísticos gracias a terminales satelitales Starlink. En un país sin red fija estable, la conexión vía satélite marcó la diferencia.
Pero esa solución también dejó ver un problema: la dependencia tecnológica de una empresa privada. SpaceX, la compañía de Elon Musk, gestiona el servicio. Y aunque la red se mostró eficaz, también hubo advertencias: restricciones de acceso impuestas desde EE. UU., zonas desconectadas por decisión política y dudas sobre la protección de datos.
Europa y la necesidad de una red propia
La lección es clara. Europa no puede confiar su comunicación estratégica —ni civil ni militar— a una empresa extranjera. Por eso crecen las voces que reclaman una alternativa: una constelación europea de satélites de baja órbita. Un Euro-Starlink, si se quiere.
El programa IRIS², impulsado por la Comisión Europea, va en esa dirección. Pero avanza despacio. No estará operativo antes de 2030. Además, si Starlink cuenta con 6000 satélites, IRIS² tendrá solo 290. Sin embargo, gracias a una arquitectura multi-orbital más moderna, podrá ofrecer un rendimiento equivalente al de unos 1000 satélites de Starlink.
Con terminales portátiles, batería solar y prioridad para emergencias, esta red garantizaría el acceso incluso en contextos de catástrofe. El sistema debería integrarse además en los protocolos de Protección Civil y formar parte del nuevo kit de emergencia de la UE.
Porque no se trata sólo de tener velas, pilas. un camping gas o papel de wáter: se trata de tener voz. Voz para pedir ayuda, para organizarse, para tranquilizar a una madre preocupada.
Mientras tanto…
¿Qué puede hacer Europa mientras llega su red satelital? Algunas comunidades autónomas ya estudian adquirir terminales Starlink como medida provisional. Empresas de sectores críticos —como salud, energía o transporte— los están instalando como respaldo. Y algunos municipios se plantean formar a voluntarios en su uso.
Porque si algo ha quedado claro es que un apagón ya no es sólo una cuestión de energía, es una cuestión de conexión.
Veamos el apagón como un gran test: un ensayo real que nos ha mostrado nuestras carencias y nos obliga a prepararnos mejor. Porque la próxima vez puede no ser un ensayo, y estar conectados será más que nunca una cuestión de resiliencia y soberanía tecnológica.
Como dijo recientemente Yuval Noah Harari: “En tiempos de crisis, la información precisa y rápida puede salvar más vidas que cualquier ejército.”