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Un mundo cambiante por los algoritmos convierte a los equipos docentes en “analistas por serendipia

Siempre que hablamos de cómo la IA cambia las cosas —y ponemos el foco en la educación universitaria—, una de las primeras cosas en las que pensamos es que “ChatGPT hace los trabajos escritos y toca volver a los exámenes”. Y ojalá la cosa fuese tan sencilla como esta. En un arrebato de responder preguntas decidí acudir al investigador David Alonso (UDIT), y lo que me he encontrado es un panorama tan intrigante como emocionante.

Adaptar la universidad a la IA no pasa por implementar nuevas tecnologías en el aula. Según me cuenta “hay que sacar la bola de cristal porque tenemos que formar a alumnos en base a lo que el mercado va a demandar en los próximos cuatro años. Pero no sabemos qué va a pasar en las próximas dos semanas”. Me quedo alucinando porque, en realidad, y en cierto modo, esto es jugar a “las profecías”, en un escenario en el cual se reescribe la trama cada semana.

“Queremos abrazar la IA por un sencillo motivo: quien no sepa de algoritmos va a ser analfabeto. Y si salen de una carrera en la que no saben leer, automáticamente van a quedar desfasados”, me explica. A todo esto, también entra en juego el hecho de la propia adaptación a esa “bola de cristal” que Alonso me comenta.

¿Lo mejor de todo? Que en una era en la que estamos hablando del miedo de que la IA se convierta en un reemplazo del ser humano, es el propio ser humano quién ha tomado un papel protagonista. Y de una manera que no me esperaba. David Alonso me explica que ahora el conocimiento crítico, la alfabetización digital, e incluso las cuestiones filosóficas más elementales son de los nuevos puntos de apoyo que se requieren para comprender mejor nuestra relación con las máquinas.

Del mismo modo, también me ha expuesto una cuestión que me ha volado la cabeza: la IA ha obligado a que recordemos lo que es ser humano. A los alumnos se les incentiva la exposición al mundo, al público. El intercambio constante de ideas, entre ellos y con personas expertas. Mejorar la comunicación de forma constante, enseñarles a que se planteen preguntas. Los equipos docentes se reúnen al más puro estilo de las Ágoras Griegas para estar al tanto de todo lo que sucede en materia de avances, para que después puedan construir un conocimiento que todavía no existe y que este pueda ser trasladado al alumnado.

Lo que podría parecer lo más lógico de este mundo, en realidad es una paradoja: tenemos que recordar cómo somos y escapar —temporalmente— de la tecnología. Para así tomar distancia de esta, con el objetivo de comprenderla. Y ya de paso, que esta no nos suponga un riesgo. Que, a ver, si nos ponemos exquisitos, mejor dominar a la IA y que esta no nos domine, ¿no?

Es un cambio bonito y apasionante. Lleno de retos y de preguntas. De miedos y de ansiedades. Pero con un refuerzo de estrés positivo —en palabras de Alonso—, en el cual la IA ya sienta las bases de los requisitos de entrada a la propia universidad en el futuro. Quizás ya es la hora de que dejemos de regirnos por notas de corte y de selectividades como ese “gran monstruo” al que hay que hacer frente.

Antoni Mateu Arrom

Soy periodista especializado en ciencia y tecnología. La IA y el cambio climático son dos de mis grandes especialidades. Aunque también la tecnología de consumo y sus aplicaciones en el día a día, también son mi debilidad. Creo en esta profesión como una manera de divulgar conocimiento.

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