La llegada de la inteligencia artificial (IA) a los entornos educativos ha suscitado un atractivo debate: ¿promete un aprendizaje más equitativo y ajustado a la individualidad del alumno, o bien puede convertirse en un atajo que favorece la dependencia y el debilitamiento del esfuerzo cognitivo? Un estudio reciente destaca esta dualidad, situando la IA como una herramienta ambivalente, con capacidad de mejorar la educación pero también de inducir lo que algunos autores llaman “pereza mental”.
Los sistemas de tutoría personalizada basados en IA han demostrado avances notables. Por ejemplo, en Ghana, una herramienta accesible desde teléfonos básicos logró dotar al alumnado de un aprendizaje adicional equivalente a un año convencional con un coste mínimo. En Nigeria, Microsoft Copilot permitió avances cuantificables equivalentes a entre 1,5 y 2 años de aprendizaje. Estas evidencias avalan que, bien implementada, la IA puede reducir desigualdades educativas, especialmente en contextos con recursos limitados.
Sin embargo, también surgen alertas. El estudio liderado por Ismael Sanz, profesor de la URJC y London School of Economics, advierte que la tecnología puede fomentar la “ley del mínimo esfuerzo” o una dependencia excesiva. Este problema fue detectado en una experiencia en Turquía con GPT-4: una versión configurada como tutor pedagógico mejoraba los resultados si guiaba al alumno, pero una versión menos enfocada al aprendizaje ya provocaba efectos negativos.
Artículos previos también señalan que, cuando la IA libera a los estudiantes de tareas cognitivas básicas, puede debilitar habilidades clave como la memoria, el pensamiento crítico y la resolución independiente de problemas. Estos efectos podrían ser más invisibles pero igualmente perjudiciales si no se contrarrestan.
Mientras tanto, un informe reciente basado en PISA revela otra interesante dimensión: la IA —representada por ChatGPT— supera a estudiantes de 15 años en comprensión lectora (85 % frente a 57 %) y ciencias (84 % vs 53 %), aunque se queda atrás en matemáticas (40 % frente a 51 %). Esto sugiere que la IA ya alcanza un nivel competitivo en ciertas áreas, pero aún no puede reemplazar completamente las capacidades humanas en otras.
En resumen, la inteligencia artificial en la educación representa una herramienta con gran potencial transformador. Su éxito radica en un uso consciente y respaldado pedagógicamente. La clave está en combinarla con la supervisión docente y promover metodologías que refuercen el pensamiento crítico, evitando delegar por completo el proceso cognitivo a la máquina.
Abre un paréntesis en tus rutinas. Suscríbete a nuestra newsletter y ponte al día en tecnología, IA y medios de comunicación.