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Dos graduados de Harvard, AnhPhu Nguyen y Caine Ardayfio, han creado Halo X. Se trata de unas gafas inteligentes impulsadas por inteligencia artificial que prometen convertir al usuario en algo así como un oráculo con “memoria infinita” y capacidad de pensar por “vibraciones” (vibe thinking)

 

Estas gafas graban sin pausa y transcriben todas las conversaciones a su alrededor, usando modelos avanzados como Gemini y Perplexity para responder preguntas en tiempo real. Su objetivo es proporcionar datos instantáneos, recordarte lo olvidado y convertirte en alguien “super inteligente” desde el momento que te las pones. Según los fundadores, la velocidad es clave: respuestas en menos de 900 milisegundos para consultas cotidianas, y en menos de 2,5 segundos para búsquedas web. En fase beta y con financiamiento inicial de 1 millón de dólares, planean entregar los primeros modelos entre 300 y 500 dólares a inicios de 2026.

Pero al margen del brillo técnico, las reacciones públicas han sido de rechazo y alarma. En redes como Bluesky, un usuario comparó el dispositivo con el panóptico de Bentham: “¿Has pensado alguna vez que te gustaría llevar eso en tu cara?”. La crítica se concentra sobre todo en la total ausencia de indicios externos de grabación, algo que, en contraste, sí incorporan las Meta Ray-Ban. Una abogada de privacidad resumió con crudeza: “Desear esto no es normal. Es raro”.

Además, persiste la pregunta sobre cómo una dependencia constante de estas gafas podría dañar habilidades cognitivas como el pensamiento crítico. Investigaciones recientes sugieren que el “desvío cognitivo” hacia la IA puede derivar en deterioro de memoria y rendimiento académico.

Tecnologías similares ya despiertan preocupación: Amazon ha adquirido Bee AI, una pulsera que registra todo y resume tu día; y startups como Brilliant Labs presentan Halo (otras gafas AI, no relacionadas con Halo X de los harvardianos) con funciones de memoria asistente, aunque también generan alerta sobre privacidad.

En definitiva, Halo X representa una fascinante apuesta tecnológica, pero también un símbolo inquietante de vigilancia sin consentimiento consciente. Su ambición de potenciar la inteligencia personal puede colisionar frontalmente con lo que creemos tolerable como vida privada.

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