La victoria de Donald Trump trae consigo una visión desenfrenada de la IA, respaldada por Elon Musk y otros defensores de un modelo menos regulado. Silicon Valley deberá redefinir su estrategia frente a una IA que ahora mirará más a la competencia china que a ciertos valores europeos.
La reciente victoria electoral de Donald Trump en Estados Unidos, con el apoyo explícito de Elon Musk, ha reconfigurado el panorama de la inteligencia artificial a nivel global. Con un discurso abierto en favor de la desregulación, tanto el presidente electo como el magnate tecnológico están listos para imponer un modelo de desarrollo de IA mucho más libre, competitivo y menos restringido por regulaciones estatales.
Este resultado implica un duro golpe para los líderes tecnológicos que habían respaldado a la candidata demócrata Kamala Harris, defensora de una IA regulada y «políticamente correcta». Entre los derrotados están gigantes como Bill Gates, quien había abogado por una regulación que alineara la tecnología con valores de equidad, transparencia y seguridad. Sin embargo, su influencia se verá seriamente menguada bajo la nueva administración.
Con la vuelta de Trump y el apoyo de Musk, la inteligencia artificial desregulada gana terreno en Estados Unidos.
Trump y Musk representan, en cambio, una visión desarrollista y competitiva de la IA. La tecnología ya no estará limitada por las mismas restricciones regulatorias, sino que se enfocará en ganarle terreno a la competencia china. Esta nueva fase promete ser frenética, con una IA que no rendirá cuentas a un marco de control «woke» y que buscará la maximización de sus capacidades, sin detenerse a medir cada consecuencia social.
La postura anti-establishment de Trump, sumada a la visión tecnoutópica de Musk, también plantea un escenario complicado para aquellos gigantes de Silicon Valley que no han sabido adaptarse a la nueva dirección de la política tecnológica en Washington. Aunque figuras como Jeff Bezos o Mark Zuckerberg han intentado hacer equilibrio, sus esfuerzos por mantener una relación con Trump y su administración podrían no ser suficientes para evitar futuras fricciones.
Europa queda fuera del juego, mientras Estados Unidos y China compiten en un campo de IA menos controlado.
La paradoja de este resultado es que, mientras Europa avanza hacia una IA cada vez más regulada y sujeta a estándares éticos, Estados Unidos parece estar dispuesto a desafiar esos límites en favor de una competitividad sin precedentes. Es probable que este modelo empuje a los gigantes tecnológicos estadounidenses a soltar el lastre ideológico para centrarse en el rendimiento económico, relegando los valores europeos a un segundo plano.
Gana Musk y la IA descontrolada. Pierden los líderes tecnológicos políticamente correctos. Mientras tanto, Europa ni pincha ni corta.
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