OpenAI quiere instalar en el norte de Noruega algo más que un centro de datos. En Kvandal, cerca de Narvik, levantará junto a Nscale y Aker una infraestructura capaz de entrenar modelos de inteligencia artificial con 100.000 GPUs (unidades de procesamiento de gráficos optimizadas para cálculos masivos, clave en el entrenamiento de IA) y electricidad que baja desde las montañas. Un proyecto que no solo habla de potencia, sino de quién decide cómo se construye el futuro digital de Europa.
Aquí no hay servidores, hay cómputo soberano
La escena es distinta a la de Silicon Valley. Aquí no hay desierto ni naves acristaladas. Hay nieve, fiordos, y una red eléctrica que funciona casi por completo con energía hidroeléctrica. Allí nacerá Stargate Norway, una instalación con refrigeración líquida, 230 megavatios de potencia inicial y una promesa que va más allá de los números: hacer del cómputo una infraestructura compartida.
OpenAI aportará su tecnología, pero no será dueño del centro. Nscale y Aker, ambos noruegos, lideran el proyecto. Y el acceso no será exclusivo, gobiernos, universidades y empresas europeas podrán usar su capacidad. Un modelo que mezcla músculo privado con visión pública.
Entrenar sin depender
Stargate Norway forma parte del programa OpenAI for Countries, que busca crear centros regionales capaces de operar de forma autónoma y ofrecer acceso seguro, local y compartido al cómputo necesario para desarrollar IA. La idea es que cada país o bloque tenga el hardware necesario para desarrollar sus propios modelos de IA, sin depender de infraestructuras ajenas.
En Europa, donde el debate sobre soberanía tecnológica gana espacio, la propuesta encaja como anillo al guante. Y sin embargo, también obliga a mirar quién diseña el guante, con qué materiales y para qué manos.
Energía limpia, calor que se reutiliza
El centro funcionará con energía 100 % renovable. Usará refrigeración líquida —más eficiente que el aire— y reutilizará el calor sobrante para calefacción o procesos industriales. Es un enfoque que reduce impacto y busca integración local. Nada que ver con las granjas de criptomonedas que Noruega ha intentado limitar en los últimos años, mediante políticas que prohíben nuevos centros que no demuestren retorno local o uso exclusivo de energía renovable.
Los socios aseguran que el proyecto será transparente en su consumo y respetuoso con el entorno. Pero la escala es inédita, y la atención será constante.
Cuando la escala inquieta
100.000 GPUs. 230 megavatios. Para hacerse una idea: algunos de los centros más grandes del mundo, como el de Meta en Dinamarca, operan con potencias similares, pero sin esta concentración dedicada exclusivamente a IA. Una capacidad que podría multiplicarse por diez. La dimensión del proyecto impone. En un país que discute qué usos energéticos deben priorizarse, Stargate Norway entra con la promesa de traer innovación y empleo: se prevén cientos de puestos en fases de construcción y operación, además de sinergias con universidades y empresas locales., pero también con la obligación de explicar su huella.
Y aunque la infraestructura esté en Europa, la presencia de OpenAI plantea una pregunta latente: ¿cuánta autonomía hay en una alianza tecnológica cuando uno de los socios marca el paso global?
Europa redibuja su mapa digital
Noruega se adelanta. Mientras otros países europeos anuncian estrategias o consorcios, aquí hay fecha de entrega: finales de 2026. Stargate Norway será el primer centro de datos de OpenAI en el continente. Y su modelo —compartido, escalable, energéticamente eficiente— podría marcar camino.
Frente a proyectos como Gaia-X o Silicon Junction, la diferencia está en la ejecución. Gaia-X busca crear una nube europea segura y compartida; Silicon Junction, en Irlanda, proyecta un polo de centros de datos y chips. Stargate, en cambio, ya tiene fecha y planos sobre la mesa. Aquí no hay tanto manifiesto como máquina.
Un nodo con muchas llaves
El centro aún no existe. Pero ya ocupa un lugar en el mapa. No solo por su tamaño o su tecnología, sino porque condensa una pregunta que cada vez pesa más: ¿quién tiene acceso al cómputo que hace posible la inteligencia artificial?
Kvandal, hasta ahora un punto remoto entre montañas, se convierte en un nodo decisivo. Lo que se conecte —y lo que no— desde allí, aún está por escribirse.
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