La empresa que nació para desarrollar inteligencia artificial al servicio de todos ha sellado una transformación que cambia su ADN corporativo. OpenAI, fundada como organización sin ánimo de lucro, ha formalizado su transición a empresa con fines de lucro bajo el formato de «public benefit corporation» (PBC). Es un movimiento estratégico con implicaciones profundas que reconfigura su gobernanza, reescribe sus vínculos con inversores y redefine el equilibrio entre misión y rentabilidad.
Una nueva arquitectura empresarial
Desde 2019, OpenAI operaba con una estructura mixta, una fundación sin fines de lucro y una filial con fines de lucro limitados. En octubre de 2025, esa filial se transforma en OpenAI Group PBC, una corporación de beneficio público que puede captar inversión privada sin los límites anteriores. La Fundación OpenAI conserva el control estructural, nombra y puede cesar al consejo de administración de la PBC.
La nueva entidad tiene una valoración estimada de 500.000 millones de dólares. Microsoft mantiene el 27 % de las acciones; la Fundación, el 26 %, y el resto está repartido entre empleados e inversores. Según informó Reuters, la empresa ya está allanando el camino para una posible salida a bolsa con una valoración que podría alcanzar el billón de dólares, lo que la convertiría en una de las ofertas públicas más grandes en la historia del sector tecnológico.
Capital para escalar sin perder la narrativa
El cambio no solo busca eficiencia. Responde a una necesidad de escala. Entrenar modelos como GPT‑4 o GPT‑5 requiere recursos técnicos y financieros descomunales. Con esta nueva estructura, OpenAI puede atraer capital sin techo predefinido, algo imposible bajo su esquema anterior de «lucro limitado».
Según la propia organización, los fondos también alimentarán proyectos no comerciales: la Fundación ha comprometido 25.000 millones de dólares para iniciativas en salud, investigación médica y mitigación de riesgos vinculados a la IA.
Gobernanza, datos y supervisión técnica
El modelo PBC obliga a considerar el interés público en las decisiones empresariales. Pero la implementación de ese principio depende del diseño institucional. En el caso de OpenAI, la Fundación conserva poder formal sobre la PBC y mantiene un comité de Seguridad y Resiliencia para supervisar riesgos técnicos.
No se han detallado cambios en la política de uso o almacenamiento de datos, pero se insiste en el compromiso con la seguridad y la transparencia. A nivel operativo, la nueva estructura también flexibiliza la relación con Microsoft, que ya no es el proveedor exclusivo de servicios en la nube.
El dilema entre misión y beneficio
El giro empresarial plantea interrogantes conocidos. ¿Puede una organización mantenerse fiel a una misión universal bajo la presión del retorno financiero? Algunos expertos apuntan que el control de la Fundación, aunque intacto en el papel, podría ser insuficiente frente a los incentivos del mercado.
La desaparición del límite de ganancias para inversores («capped profit«) refuerza estas dudas. También preocupa la concentración de poder tecnológico en pocas manos y la posibilidad de que la velocidad de innovación desborde los marcos regulatorios existentes.
Referencias cruzadas en el sector
El modelo PBC no es exclusivo de OpenAI. Otras tecnológicas emergentes también han adoptado esta fórmula para conciliar escalabilidad con responsabilidad social. Pero pocas operan con un potencial transformador tan amplio. En el pasado, la estructura de OpenAI limitaba la rentabilidad para proteger su misión. Hoy, ese límite ha desaparecido.
En paralelo, la competencia en IA se ha convertido en una carrera no solo de algoritmos, sino de infraestructura y financiación. En ese contexto, el cambio de piel de OpenAI parece menos una elección que una necesidad estratégica.
Lo que queda en el espejo
OpenAI asegura que la misión sigue intacta. Pero el nuevo traje conlleva nuevos reflejos. El lector queda ante un paisaje que cambia rápido, donde la inteligencia artificial promete beneficios para todos, pero se financia con lógicas que exigen retornos. La pregunta ya no es qué promete la tecnología, sino bajo qué condiciones se desarrolla.
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