Más vale perder dinero que perder el momento
Mark Zuckerberg lo dijo sin rodeos, como quien ya ha hecho las cuentas. Prefiere malgastar cientos de miles de millones de dólares a llegar tarde a la carrera por la inteligencia artificial superavanzada. Lo dijo en el pódcast Access, en un tono más resignado que triunfalista. Reconoció que puede haber una burbuja, como en los días de las puntocom, pero le preocupa más la lentitud que el derroche.
En su visión, el riesgo no es inflar demasiado el globo, sino que explote sin haberlo tocado. La historia ya ha pasado por ahí: empresas que lo apostaron todo demasiado pronto, y otras que llegaron justo a tiempo. Zuckerberg quiere estar en el segundo grupo.
Infraestructura como quien cava trincheras
Meta no lo dice con euforia, pero sus movimientos revelan la escala de la apuesta. Hasta 2028, planea invertir 600.000 millones de dólares en centros de datos, servidores, capacidad de cómputo, logística… Es decir, excavar la infraestructura que necesitaría una inteligencia artificial capaz de pensar mejor y más rápido que cualquier humano. No es una inversión en ideas, sino en el terreno donde esas ideas podrían crecer.
Dentro de Meta, ya funciona un laboratorio centrado exclusivamente en esta posible superinteligencia. No tiene jerarquías pesadas ni plazos inamovibles. Se mueve como quien busca algo sin saber su forma exacta. La consigna es que ningún investigador se quede corto de potencia de cómputo. Que la velocidad no dependa del hardware. Que el tiempo no se pierda en esperas.
Una burbuja conocida, un miedo nuevo
Zuckerberg no disimula que puede equivocarse. La comparación con la burbuja de los años 2000 no es casual. Entonces también se construyeron infraestructuras para un futuro que tardó más de lo esperado. Algunas empresas se hundieron, pero otras encontraron en esas ruinas el soporte que necesitaban.
Meta puede permitirse esa duda. A diferencia de otras compañías, no depende tanto del humor de los inversores. Tiene negocios diversificados, una maquinaria publicitaria que sigue funcionando. Pero eso no elimina el vértigo. La pregunta no es solo si la superinteligencia llegará, sino cuándo, y si será Meta quien esté en posición de decir la primera palabra.
Silencios que también son estrategia
La carrera no se corre sola. OpenAI, Anthropic, Google y otros gigantes también buscan lo mismo: estar listos. Algunos con prisa, otros con más cuidado. Meta quiere ventaja no solo por tamaño, sino por anticipación. Por eso construye ahora, aunque no se sepa qué se necesitará. Por eso invierte sin garantías, como quien compra agua en mitad del desierto por si acaso.
Lo que no se discute, al menos por ahora, es el impacto que estas apuestas pueden tener fuera de los laboratorios. Regulaciones, equilibrios de poder, sesgos, privacidad… todo eso queda para más adelante, cuando ya no haya marcha atrás.
La tormenta puede o no llegar
Zuckerberg ha elegido su papel en este relato. Quiere estar preparado por si lo improbable se vuelve urgente. Prefiere gastar antes que lamentarse. Prefiere cavar ahora, aunque no sepa qué vendrá. Y en ese gesto, más calculado que valiente, se dibuja la lógica que hoy gobierna la carrera tecnológica: mejor pecar de exceso que quedarse fuera de plano.
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