En el episodio inaugural del nuevo podcast de OpenAI, Sam Altman, CEO de la compañía, mantuvo una extensa conversación con Andrew Mayne, presentador del espacio, sobre el presente y el futuro de la inteligencia artificial. El diálogo, que combinó aspectos técnicos con reflexiones personales y éticas, ofreció una mirada amplia al rumbo que OpenAI quiere marcar en la próxima etapa del desarrollo de sus modelos.
Una IA que se instala en lo cotidiano
Altman reveló que, durante las primeras semanas tras el nacimiento de su hijo, recurrió “constantemente” a ChatGPT para resolver dudas sobre cuidados básicos. Aunque reconoció que no sustituye el juicio humano, su testimonio ilustra cómo estas herramientas comienzan a integrarse de forma natural incluso en los momentos más íntimos de la vida. Que el propio creador de la tecnología confíe en ella para su día a día ofrece una potente imagen del papel emergente de la IA en la esfera doméstica.
En esa misma línea, Altman comentó —con una mezcla de ironía y lucidez— que sus hijos “nunca serán más inteligentes que la IA”, pero sí “mucho más capaces”. La frase, que ha sido ampliamente citada, no apunta a una rendición del intelecto humano, sino a una nueva relación entre capacidades humanas y sistemas artificiales. Según explicó, las próximas generaciones crecerán rodeadas de tecnologías inteligentes, y su desafío no será superarlas, sino aprender a usarlas, interpretarlas y convivir con ellas con criterio propio.
GPT‑5: iteración inteligente en lugar de revolución
El CEO de OpenAI confirmó que GPT‑5 podría presentarse “probablemente este verano”, aunque evitó dar fechas concretas. Lejos de prometer una ruptura tecnológica, subrayó que la diferencia con GPT‑4.5 podría no ser fácilmente perceptible, pero sí profunda a nivel estructural. A través de mejoras en razonamiento, eficiencia y uso de herramientas —impulsadas por aprendizaje por refuerzo y entrenamiento continuo—, OpenAI busca reemplazar los grandes saltos entre versiones por una evolución más fluida y constante.
Modelos que razonan como científicos
Entre los avances técnicos más notables, Altman destacó el desarrollo de modelos especializados en razonamiento, capaces de operar paso por paso en dominios complejos como la física o la química. Según explicó, algunos de estos modelos muestran ya un nivel cercano al de un estudiante de doctorado en determinadas tareas científicas. Este enfoque apunta no solo a mejorar la precisión de la IA, sino a convertirla en una herramienta real para el descubrimiento.
Privacidad como principio central
Un tema crítico fue el de la privacidad. Altman defendió que las conversaciones con IA deben tener un nivel de protección equiparable al que rige entre paciente y médico o entre cliente y abogado. En ese contexto, criticó una solicitud legal del New York Times que podría obligar a OpenAI a conservar indefinidamente todas las conversaciones. Afirmó que esa exigencia atenta contra la confianza de los usuarios, y aseguró que la empresa está apelando legalmente para preservar la confidencialidad como principio operativo.
La AGI como horizonte
Altman reafirmó que la meta final sigue siendo una Inteligencia Artificial General, pero advirtió que no es inminente. Habló de una posible hoja de ruta que se extiende por una década o más, y reiteró que ningún avance se justificará si no va acompañado por garantías éticas, marcos regulatorios y controles de seguridad robustos.
Más que una máquina: una extensión humana
En su cierre, planteó una visión esperanzadora: una IA que no reemplace la creatividad humana, sino que la amplifique. Para que esa promesa se materialice, subrayó la necesidad de desarrollar nuevas formas de supervisión y regulación que funcionen como “guardrails”, es decir, «barandillas» de protección. En lugar de pensar la IA como una simple herramienta de automatización, propuso entenderla como una extensión del potencial humano para explorar, comprender y transformar el mundo.
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