Hace unos meses la asociación el País de Demà inició un trabajo de reflexión y análisis sobre el modelo educativo actual y las implicaciones en el mismo de la Inteligencia Artificial, la cual obliga transformaciones tanto en la educación básica como superior. Una transformación que no será nada fácil y con costes elevados, pero que exige, cuanto antes, integrarla en los procesos educativos y también formar a los docentes ante estos nuevos retos.
En el marco de esta iniciativa, el pasado día 15 participé en una sesión de trabajo con los tres miembros del #PaísdeDemà, que lideran el estudio, y 8 docentes de una prestigiosa escuela de negocios. La reunión constató los cambios socioculturales de los estudiantes, las problemáticas que se afrontan y las implicaciones de la IA en el proceso educativo, asumiendo que en ciertas instituciones docentes tutores virtuales son una realidad, constatando que la irrupción de la IA en las aulas exige sea usada, enseñada y comprendida.
En la reunión se constató que la educación, en la era de la IA, debería integrar simbióticamente tecnología, ciencia y humanidades y, a la vez, la necesidad de que la inclusión de la IA en el proceso formativo incluya su dominio como herramienta junto con dotar a los estudiantes de la capacidad de reflexionar sobre las mismas, comprender sus principios y, asumiendo pensamiento crítico, potenciar la capacidad de análisis y reflexión, la verificación de la información en un contexto ético.
La reunión me hizo recordar el reciente trabajo del MIT titulado “Your Brain on ChatGPT: Accumulation of Cognitive Debt when Using an AI Assistant for Essay Writing Task”, el cual explica que el uso de la IA puede dejar huella en los patrones de procesamiento cerebral, reducir la carga cognitiva inmediata y la inclinación a no evaluar críticamente las respuestas del modelo. O lo que es lo mismo, una delegación excesiva de funciones intelectuales en la IA puede deteriorar progresivamente nuestras habilidades intelectivas. Reflexionando sobre los conceptos tratados en la reunión y el informe del MIT se concluye que el objetivo principal de la inclusión de la IA en el proceso formativo debería ser potenciar a la vez lo humano: creatividad, juicio ético y adaptabilidad. Evolucionando del sistema rígido actual para convertirse en un ecosistema vivo, donde la tecnología sirva para desarrollar mentes críticas, no usuarios pasivos y manipulables, formando para que la presencia de la IA no reduzca las capacidades intelectuales y creativas humanas, sino que las potencie. La cuestión es cómo hacerlo.
Hacerlo no es fácil, porque exige pasar del «saber contenido» al «saber pensar» para poder interpretar, cuestionar y contextualizar las informaciones aportadas por la IA. También debe enseñar a hacer las preguntas correctas, usando la IA como compañera de aprendizaje, reforzando la comprensión y personalizando rutas de aprendizaje. Un uso de la IA que debería promover, a su vez, la inclusión en los currículums de asignaturas transversales como ética, gestión de la incertidumbre y adaptabilidad, para entender cómo funcionan los algoritmos, sus sesgos y sus impactos sociales. Un desafío que exige la formación adecuada de los docentes para ser capaces de dominar la IA y enseñar a comprenderla y usarla con propósito, conociendo en detalle sus límites.
