La IA se ha ido introduciendo en el mundo laboral de forma continuada y sin hacer ruido, su penetración se extiende a complementar las tareas de las personas mejorando su capacidad y productividad, como siempre han ido haciendo los humanos a lo largo de la historia, pero también para sustituir a los humanos en su trabajo. Este dilema: complementar o substituir es el que marca la irrupción de la IA, el cual parece ser ignorado por quienes deberían tener la obligación de anticiparse al futuro, evitando los potenciales problemas que se vislumbran en el horizonte más o menos lejano. Un dilema que no debería olvidar las afirmaciones de Geoffrey Hinton que afirma que la IA superará la inteligencia humana y además hay un riesgo creciente de que pueda manipular a las persones aprendiendo de las técnicas de manipulación humana.
Es bien cierto que la adopción de la IA exige marcos regulatorios ajustados a las nuevas realidades, para evitar injustas decisiones o implicaciones muy negativas para los trabajadores humanos, evitando que su inclusión sistemática no comporte la acumulación de riqueza en unos pocos, a costa de la degradación del día a día de muchos. Pero la responsabilidad no es sólo de los legisladores y de los gobiernos, también lo es de las empresas y los líderes industriales, ya que tienen la responsabilidad de elegir el «complementar» o el «sustituir», debiendo adoptar el primero siempre que sea posible, haciéndolo, en base a que la productividad no puede ser la única clave de actuaciones. Por ello, exige a las organizaciones, considerar a la IA con una herramienta que potencia los equipos humanos, lo que obliga capacitar a los trabajadores en competencias digitales y a las exigencias a los nuevos puestos de trabajo que surgirán, considerando a la vez que se garantice la seguridad y confidencialidad de los datos que manejan las IA y que sus actuaciones se rijan por criterios éticos.
Una responsabilidad que se extiende, así mismo, a la sociedad civil, la cual debería exigir transparencia y participar en el debate público sobre los límites de la IA, y al sistema educativo, el cual debe transformarse radicalmente. Hoy ya no se trata sólo de enseñar, además de la enseñanzas técnicas e instrumentales básicas, competencias digitales, es preciso, además, fomentar un espíritu crítico a prueba de manipulación, creatividad, empatía y habilidades socioemocionales.
Se debe asumir que, la irrupción de la IA en el mundo laboral nos sitúa ante una encrucijada crítica cuyo desenlace no está escrito. El dilema entre complementar o sustituir trasciende lo tecnológico para convertirse en una cuestión ética y política de primer orden. Ignorarlo supone aceptar pasivamente un futuro de creciente desigualdad y manipulación masiva. Por ello, el camino a seguir exige, considerar el interés común, una apuesta empresarial decidida para no descartar el talento humano, tener claro que el objetivo final no es competir contra la máquina, sino usarla para construir una sociedad más justa y próspera, donde la inteligencia artificial sirva para elevar las capacidades humanas y no para degradar su dignidad.
