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El lunes la península Ibérica tuvo un apagón eléctrico general. El suministro eléctrico se interrumpió en hogares, hospitales, empresas, servicios y organizaciones. Con ello, las luces dejaron de funcionar, también el agua, en las zonas donde el bombeo es requerido, el teléfono, internet, los ascensores, los cajeros automáticos, los pagos electrónicos al igual que los semáforos o ascensores. Además, trenes, metros y tranvías se pararon de golpe y, en algunos casos, el regreso con coche eléctrico fue imposible, sin olvidar los problemas por la dependencia de la geolocalización.

«El apagón puso de nuevo en evidencia la fragilidad de la sociedad actual, la necesidad del dinero en efectivo y sistemas alternativos analógicos para moverse en el mundo real cuando el mundo digital falla».

La caída de la energía eléctrica ya fuese por fallos técnicos accidentales o provocados, eventos climáticos o grandes desequilibrios entre la oferta y la demanda, ocasionó graves trastornos impidiendo que se desarrollara toda actividad. Una afectación creciente con el paso de las horas y el agotamiento de las baterías o agotamiento de los depósitos de combustible de los generadores de emergencia. Un apagón que puso de nuevo en evidencia la fragilidad de la sociedad actual, la necesidad del dinero en efectivo y sistemas alternativos analógicos para moverse en el mundo real cuando el mundo digital falla.

Recuerdo, cuando estudiaba ingeniería, que nos explicaban que el Estado tenia una red eléctrica robusta y que el ‘cero energético’ era imposible detallándonos causas y motivos. Sin embargo han aparecido dos factores nuevos desde entonces: la dependencia de la producción solar y fotovoltaica que tiene poca inercia y con inversores obsoletos para las exigencias modernas al ser incapaces de aportar estabilidad a la red al no ser grid forming y, el segundo, la digitalización de los sistemas que abre la puerta a los ciberataques que, manipulando los sistemas informáticos, pueden apagar remotamente subestaciones, manipular datos para simular generación de sobrecargas o desincronizar partes del sistema, provocando inestabilidad en la red.

«La integración entre lo físico (infraestructura eléctrica) y lo digital (sistemas de control y gestión) debe tener límites para evitar desastres derivados de apagones»

Nos guste o no, hay que asumir que un apagón eléctrico tiene consecuencias devastadoras en nuestro día a día y que la integración entre lo físico (infraestructura eléctrica) y lo digital (sistemas de control y gestión) debe tener límites para evitar desastres derivados de apagones. Un cambio de estrategia requerida que exige actuar con determinación. Para ello, es imprescindible separar físicamente las redes digitales críticas (el teléfono también lo es) de Internet o redes corporativas (un hacker no puede entrar en un sistema no está conectado). La clave está en diseñar un sistema híbrido que no sea ni demasiado abierto, por seguridad, ni demasiado cerrado, para poder gestionarlo con eficiencia digital. Es preciso un equilibrio entre resiliencia técnica, ciberseguridad y automatización todo ello sin renunciar al mundo analógico rompiendo la tendencia de que fuera de lo digital nada existe y asumiendo que la integración entre lo físico y lo digital tiene sus límites.

Antoni Garrell Guiu

Ingeniero industrial especialista en temas de tecnología, innovación y economía del conocimiento.

Ingeniero industrial especialista en temas de tecnología, innovación y economía del conocimiento.
Antoni Garrell Guiu

Ingeniero industrial especialista en temas de tecnología, innovación y economía del conocimiento.

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